Cómo mejorar la calidad de la alimentación sin hacer grandes esfuerzos

Está claro que si nos dejamos llevar por las tendencias que marca la publicidad y/o nuestras propias inercias, lo más probable es que en nuestros hábitos nutricionales predomine el consumo de pasta, pizza, hamburguesas, patatas fritas, fritos varios, snacks, cereales, refrescos, embutidos, platos preparados y lácteos al por mayor. En suma, se trata de hábitos dietéticos que a corto plazo son causantes de dispepsias digestivas y con los años favorecen la aparición de las enfermedades crónicas más prevalentes en la actualidad que -sabido es- son el cáncer en todas su múltiples variantes y las enfermedades cardiovasculares -diabetes mellitus incluida-, primera causa de mortalidad.
Y por descontado, este desequilibrio alimentario no se corrige sometiéndose de vez en cuando a rígidas dietas de adelgazamiento -milagrosas o no- que, en el mejor de los casos, sirven para perder unos cuantos quilos que, casi siempre, se recuperan poco tiempo después (efecto rebote).
Sin embargo, estamos profundamente convencidos de que mejorar la calidad nutricional está al alcance de cualquier persona por poco que se lo proponga a condición de que no se empeñe en hacer cambios revolucionarios de un día para otro. En efecto, una de las claves del éxito reside en tener la habilidad y la perseverancia de ir introduciendo las mejoras una a una de manera progresiva. Y dé por hecho que si consigue en el plazo, pongamos de un año, aplicar los ocho consejos que siguen, es seguro que su calidad alimentaria y, en consecuencia, su estado de salud, habrá dado un salto cuántico en sentido positivo:
- Rebaje drásticamente el consumo de azúcar y de hidratos de carbono (cereales), ya que también poseen un índice glucémico muy elevado. Se trata de no consumirlos más de un par de veces por semana; y procurar que sean integrales.
- Suprima el consumo de platos preparados y productos industriales en general, porque, además de los pesticidas que ya traen sus componentes de origen, casi siempre van cargados de colorantes, estabilizantes y demás productos químicos que, por más que se empeñen las agencias en proclamar que son inofensivos, en sentido estricto, no disponen de base empírica suficiente para sustentar su inocuidad.
- Incremente el consumo de verduras y frutas crudas de calidad (de preferencia ecológicas), en especial, verduras y frutas. Disfrute del placer de comer de una colorida ensalada cada día y de saborear un rico zumo hecho con verduras y frutas de temporada. Su estado inmunológico mejorará.
- Reduzca drásticamente el consumo de carne roja. Eso es tan obvio que incluso lo aconseja la OMS, si bien los primeros estudios ecológicos que apuntan de manera inequívoca en esta dirección datan de 1970. Así que mejor coma poca y que sea de la mejor calidad.
- Consuma pescado azul de dos a tres veces por semana, porque es una fuente importante de omega 3 y de grasas saludables. Mejor crudo o ligeramente cocinado para conservar el máximo de cualidades nutricionales; y no olvide congelarlo durante 48h al objeto de protegerse del anisakis.
- Excluya los refrescos de su dieta habitual, aunque no contengan azúcar, tampoco contienen ningún nutriente digno de mención. En su lugar, aficiónese a las infusiones. Seguro que encontrará combinaciones de su agrado; y si después de probar todas las muchas posibles, ninguna le convence, todavía le queda una alternativa muy saludable: beber agua de calidad.
- Aumente el uso de hierbas y especias en la cocina, ya que no solo son excelentes saborizantes sustitutivos total o parcialmente de la sal, sino que muchas hierbas y especies aportan por sí mismas beneficios tangibles para la salud.
- Y siempre coma despacio y mastique bien, tanto más si usted tiene problemas de sobrepeso. Masticar bien facilita la digestión y comer despacio avanza la sensación de repleción.
No olvide que, en estricto sentido, somos lo que comemos.