Ciencia e investigación en femenino

Albert Einstein, Isaac Newton, Charles Darwin, Alexander Fleming, Sigmund Freud, Galileo Galilei, Thomas Edison o Louis Pasteur. Cualquiera de nosotros puede citar nombres de incontables científicos, pertenecientes a muy diversas disciplinas. No deja de ser curioso que, digamos 10 o digamos 100 nombres, la mayoría de ellos sean hombres. ¿Qué sucede entonces con las mujeres? ¿Es tan insignificante la contribución del sexo femenino en la historia de avances y descubrimientos científicos?

Las mujeres han contribuido al desarrollo científico desde sus inicios, si bien pocas de ellas tuvieron un acceso fácil a este ámbito y todavía menos tuvieron un reconocimiento. Por fortuna, historiadores interesados en ciencia y género han mostrado las contribuciones hechas por mujeres, las barreras con las que se toparon y las estrategias que desarrollaron para que su trabajo fuese aceptado. Su reconocimiento es relevante y necesario, de cara a reconstruir nuestro pasado científico de una manera fiable, pero también para construir un futuro justo y digno, donde  prime el derecho a la igualdad y a la no discriminación por razón de sexo.

Un caso paradigmático de figura femenina olvidada y recuperada para la historia de la ciencia es la de Rosalind Franklin. Su aportación fue clave para que Watson, Crick y Wilkins pudieran proponer el modelo de doble hélice del ADN que les proporcionaría el Premio Nobel. Su trabajo fue completamente silenciado e incluso ridiculizado en la narración autobiográfica de Watson. Su contribución no tuvo ningún reconocimiento, hasta el punto que ninguno de los galardonados la recordó en la entrega de los premios, y su nombre ni siquiera apareció en las enciclopedias o libros de texto, hasta la publicación de la biografía que escribió Anne Sayre (1975), en la que se cuenta la difícil situación de una científica, mujer y judía, en una institución tradicionalmente masculina y claramente anglicana.

Bárbara McClintock, también en el campo de la genética, Lise Meitner, en el de la física nuclear, Ada Lovelace, la primera mujer programadora del mundo, Sophie Germain, matemática obligada a desarrollar su labor bajo el seudónimo masculino de Le Blanc o Marie Curie, la primera persona en recibir dos premios Nobel, son otros ejemplos de grandes señoras de las ciencias. Merece especial mención también Margarita Salas, una discípula del premio Nobel Severo Ochoa, que actualmente es la responsable de la patente española más rentable de toda la historia.

Si bien las estadísticas actuales siguen mostrando que todavía persisten importantes desigualdades, la igualdad entre mujeres y hombres es un principio jurídico universal reconocido en la generalidad de los textos internacionales sobre derechos humanos, sobretodo en la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas en diciembre de 1979.

Desde aquí, queremos reconocer y promover la labor de miles de mujeres anónimas que participan del desarrollo científico y médico de nuestra sociedad.